Existe en España y, muy insistentemente en Cataluña, un intenso debate al respecto de las variedades de uva. El epicentro de la discusión se sitúa entorno al origen de las uvas y la idoneidad de su cultivo en los viñedos catalanes. Existen los partidarios del libre albedrío, los que defienden que cualquier uva debería poder plantarse en cualquier rincón del mundo, especialmente allá donde su adaptación al terruño está sobradamente probada; en el bando contrario se sitúan aquellos que defienden con uñas y dientes la eliminación de las variedades llamadas foráneas en favor de las autóctonas.
Las variedades autóctonas (término inapropiado, pues autóctono significa: que ha nacido o se ha originado en el mismo lugar donde se encuentra) son aquellas que cuentan con una larga tradición en un entorno particular. Algunas se extinguieron en favor de variedades foráneas más valoradas en un momento determinado y otras cayeron en el olvido debido a sus pobres aptitudes enológicas o a la dificultad de su cultivo. Sus adoradores postulan que el viñedo catalán debería verse cubierto únicamente con ellas y que las variedades internacionales no tienen valor alguno en suelo catalán, pues no son capaces de ofrecer tipicidad ni se adaptan bien a las características climáticas de las latitudes meridionales.
Por otra parte, una corriente de viticultores y enólogos rechaza la idea de un único grupo de variedades. Apoyan igualmente la recuperación de variedades tradicionales y la consideran vital para proyectar la imagen de un país vitivinícola, pero no renuncian a las variedades foráneas que fueron importantes en ciertos momentos de la historia de Cataluña o que han demostrado una buena aclimatación a algunos rincones del territorio. Algunas uvas como el cabernet sauvignon ayudaron a proyectar la imagen internacional de los nuevos vinos del Priorat mientras que uvas como la merlot han demostrado ser capaces de dar grandes vinos en denominaciones como el Pla de Bages, argumentan.
¿Deberíamos pues acabar con las variedades internacionales? ¿Tendríamos que recuperar todas las variedades tradicionales que aún existen en pequeños reductos del viñedo catalán? ¿Correspondería prohibir también las levaduras seleccionadas, a menudo de origen foráneo? ¿Sería apropiado erradicar el uso de barricas de roble francés o americano en favor del castaño catalán tradicional? ¿Cuánto tiempo debe una variedad demostrar sus aptitudes en una localización concreta para pasar a considerarse tradicional? Estas y muchas otras preguntas flotan en el ambiente de muchas bodegas y viñedos y probablemente tan sólo el tiempo y la experimentación nos darán las respuestas. Mientras tanto, beberemos vinos de ambos “bandos” y gozaremos con la riqueza del viñedo catalán.