Las palabras Gran Reserva adornando la etiqueta de un vino parecen desprender un halo de solemnidad y nobleza, de historia. Son muchos los que piensan que los más emocionantes vinos españoles pertenecen a esta categoría y celebran, sin timidez, sus excelencias.
La crianza
La crianza condiciona enormemente el perfil de los vinos. La madera, a menudo roble, ejerce un efecto acondicionador sobre el vino que se acentúa cuanto mayor sea su tiempo de reposo en barrica. La intensidad del tostado de las duelas y el volumen y edad de las barricas aporta también aromas y sensaciones distintas. Con la crianza los aromas y los sabores mutan, así como el color y la estructura del vino. Progresivamente los aromas primarios de la fruta se alejan y afloran los derivados de la madera, como las especias o los tostados. El color se estabiliza para irse degradando paulatinamente, tal y como sucede con la estructura.
Aquellos vinos que no estuvieron en contacto con la madera de las barricas o que, en caso de hacerlo, lo hicieron de manera breve (inferior a un año) se denominan jóvenes, aunque denominaciones como Ribera del Duero han acuñado términos como el de Roble para referirse a vinos que, pese a haber recibido crianza en madera, no llegaron en ningún momento a los periodos necesarios para el término Crianza. Después de los Roble (o Semi-Crianza), los vinos tintos según su envejecimiento se clasifican en términos de Crianza, Reserva y Gran Reserva, nomenclatura aplicable también a extraordinarios vinos blancos y rosados aunque de manera menos frecuente y con periodos de añejamiento menores (vea también nuestro artículo «Vinos blancos con crianza en barrica«).
Los vinos Jóvenes o Cosecha deben consumirse en su juventud, mientras que los vinos con crianzas más largas pueden guardarse durante un tiempo mayor. Cuando usamos el término Crianza como apelativo para un vino nos referimos, según la Ley del Vino, a aquellos que han pasado al menos 24 meses de crianza, con un mínimo de 6 meses en barrica. Los Reserva elevan su envejecimiento hasta los 36 meses, de los cuales 12 meses deben acontecer en las barricas, y los Gran Reserva 60 meses de añejamiento total con al menos 18 meses en barrica y el resto en botella.
Esta clasificación no es única para todos los vinos españoles, pues las diferentes denominaciones de origen aplican periodos mínimos de envejecimiento distintos; la DOC Rioja y la DO Ribera del Duero, por ejemplo, alargan el tiempo mínimo de crianza en barricas para los vinos de Crianza hasta los 12 meses y para los Gran Reserva hasta los 24. Sea como fuere, y con pequeños matices, sí parece claro que los términos Crianza, Reserva y Gran Reserva definen perfiles de vinos parecidos en buena parte de la geografía española.
Fuera de España, sin embargo, el término Reserva o Gran Reserva puede no tener que ver con el envejecimiento o la calidad del vino y funcionar simplemente como apelativo o atractivo comercial. Además, es importante reseñar que no siempre los vinos Gran Reserva son los que más gustan, pues el paladar de un consumidor puede ser radicalmente distinto al de cualquier otro. Puede darse que alguien prefiera un vino Joven o Crianza a un Gran Reserva y difícilmente podremos rebatir su opinión.
No obstante, parece igualmente indiscutible que Gran Reserva se refiere siempre a vinos, elaborados con uvas de las mejores cosechas, que han tenido largas crianzas en busca de refinamiento y profundidad. Son vinos que viven de la sutileza y de la complejidad, que requieren ser tratados con mimo y que agradecen algún grado más de temperatura en el servicio (18ºC) para gozar en plenitud de sus virtudes organolépticas. Son vinos de otoño, de setas y caza, de copa pausada y decantación delicada; uno de los grandes tesoros de la cultura vitivinícola española.