Corren malos tiempos para todo aquello que se aleja de la norma. El siglo XXI ha traído consigo un intenso ímpetu globalizador que amenaza con aniquilar cualquier forma de originalidad o localismo. Los vinos y, por ende, las uvas con que se elaboran, no han podido esquivar dicha inercia y se han visto abocados a un silencioso, aunque incesante, proceso de globalización. Las uvas autóctonas, las que defendían antaño el carácter de cada región, han quedado, demasiado a menudo, aparcadas en pos de variedades globales, más sencillas de trabajar en el campo y más fáciles de domesticar en bodega de acuerdo a los gustos más estandardizados de los consumidores. Sin embargo, no todo está perdido, pues existe aún un pequeño número de viticultores enamorados de sus tierras y de la historia de las mismas, que sigue elaborando vinos de enorme personalidad con las uvas que los ancianos recuerdan colgando de las vides en su niñez. A fin de que puedan redescubrir estas variedades con la máxima nitidez, les sugerimos algunos vinos monovarietales de uvas autóctonas; verán como después de conocerlas mejor, no entenderán en absoluto porque algunos las tildan de malas uvas.
Monovarietales de uvas autóctonas
Albarín blanco: uva de aspecto parecido a la albariño. Originaria de Asturias, adora las laderas pizarrosas y ofrece aromas cítricos y florales.

Albillo: sigue siendo muy poco habitual como monovarietal pese a su enorme equilibrio y a sus aromas afrutados y amielados.

Baboso negro: una de las muchas joyas ampelográficas que esconden las Islas Canarias. De racimos pequeños y hollejos prietos capaces de desprender colores intensos y aromas a ciruelas y violetas.

Caiño tinto: menos conocida que la caiño blanca, se trata de una uva de maduración tardía que requiere de una buena insolación para limar los aromas vegetales y equilibrar su tersura natural.

Carrasquín: asturiana, buena compañera de la pizarra y la altitud, pero de escaso rendimiento. Regala vinos frescos y afrutados capaces de envejecer con elegancia.

Castañal: variedad gallega casi extinta que tras una larga maceración adquiere colores extraordinarios y nítidos aromas de frutillos rojos.

Doña blanca: presente en Portugal y en las comunidades españolas limítrofes, es glicérica y fresca por igual. Compañera perfecta de platos grasos.

Malvar: también conocida como malvasía de Madrid, no es una variedad demasiado afrutada, pero sí una uva de tacto sedoso y aromas cítricos.

Merenzao: ofrece buena graduación, baja acidez y un tacto carnoso de aire dulzón. No tiene demasiado color ni tanino, aunque alardea de aromas delicados y elegantes.

Rufete: originaria de la Sierra de Salamanca, recuerda a los aromas de las frambuesas y las fresas de bosque a las que suma sutiles tonos especiados y fluida ligereza.

Verdejo negro: como buena uva asturiana, ofrece vinos frescos y minerales, sin demasiado alcohol y con infinidad de aromas silvestres como los de madroño o matorral.
