La uva malbec, auxerrois o Côt, como se conoce en su cuna en el sudoeste francés tiene una larga historia en suelo galo como parte de vinos de corte. Con ella ha sucedido algo atípico, ya que se ha visto obligada a viajar para ser valorada en otros lares y volver a casa triunfante. Desde Cahors emigró a Argentina para dar lugar a algunos de los vinos más jugosos y aterciopelados de toda Sudamérica. Francia se percató del éxito de la variedad en suelo argentino y abandonó la rusticidad y la firme preponderancia del terruño tan característica del discurso del Viejo Mundo para virar hacia la fruta madura y el dulzor de la madera, mirándose en el espejo de Argentina.
En el país del tango, la altitud de los viñedos fue desde siempre clave en el carácter del vino. Los importantes contrastes térmicos derivan en largas maduraciones que, a su vez, dan lugar a vino de importante graduación, pero de taninos amables; tampoco les falta acidez, pues con el aumento de la altitud, crece también la equilibrante sensación de frescor. Su sabor es distinto al del malbec francés, tal y como puede deducirse fácilmente comparando los racimos de uno y otro país; racimos más pequeños y compactos y bayas de menor tamaño, significan mayor concentración, como bien saben en Argentina.
Desde que, en 1868, el agrónomo Michel Pouget introdujera la uva en el país, a petición del presidente de la Argentina, prácticamente nadie fuera de la región de Cahors había oído hablar del malbec y, muy raramente, lo había bebido como monovarietal, pues el malbec extrañamente viajaba fuera de Francia. En Argentina sucedió algo parecido, fueron necesarios casi 100 años para que el malbec comenzara a consumirse fuera del país, tiempo que los locales emplearon en conocer la uva y aprender a interpretarla con maestría.
En Francia el malbec no ha alcanzado nunca la popularidad de otras uvas como merlot o cabernet sauvignon, entre otras cosas, por ser más sensible a las enfermedades del viñedo. No obstante, en Mendoza, con temperaturas más altas y a mayor altitud, el malbec se sintió cómodo y empezó a mostrarse como una variedad segura y fiable. Cuando, a principios del siglo XXI la economía mundial empezó a mostrar flaquezas, el mercado norteamericano empezó a buscar vinos apetecibles a precios más moderados que los de Europa o los suyos propios, descubriendo así el malbec. Aquel vino jugoso, saciante y tan fácil de interpretar, que además podían pagar sin demasiados agobios, se convertiría pronto en un auténtico fenómeno de masas, en un vino de la gente, más que de los expertos. Cahors se subió a la ola y aprovechó su fuerza para recuperar mercado, permitiéndonos hoy tomar fabulosos vinos de malbec, tanto franceses como argentinos en prácticamente cualquier rincón del globo.
En Cahors da vinos algo más austeros y tánicos que agradecen un tiempo en botella para mostrarse entonces redondos y nobles; son vinos oscuros y terrosos, en ocasiones con aromas florales y buena acidez. Los vinos malbec de argentina son, en general, más directos, potentes y frescos al mismo tiempo, con aromas a fruta negra más madura que las habituales bayas silvestres asociadas al Cahors. Los americanos son vinos que se pueden beber en su juventud y que se elaboran en una amplia gama de precios y estilos, no en vano, Argentina posee la mayor superficie de malbec del mundo. Pese a todo, en este mundo tan globalizado, algunas bodegas francesas han apostado por elaboraciones más propias del Nuevo Mundo, mientras que algunas regiones de la Argentina producen vinos de Malbec tánicos, herbáceos y minerales que nos podrían recordar al más puro Cahors. Sea como fuere, la uva malbec está de enhorabuena y, nosotros los consumidores, podemos gozarla doblemente: a la argentina o a la francesa.