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Todo lo que necesita saber sobre la Ribera del Duero y sus vinos

La larga tradición vitivinícola de la Ribera del Duero, instaurada por los romanos y consolidada por los monjes, se siente en sus viñas viejas y en su buen hacer en bodega. Solo así se entiende que los vinos de la Ribera del Duero figuren entre los favoritos de los aficionados al vino de casi cualquier rincón del mundo.

Vinos de Ribera del Duero

Historia

La DO Ribera del Duero, como tal, es una denominación de origen joven (1982), aunque sus vínculos con el vino vienen de lejos, de la época romana. Sabemos que los vacceos, pobladores anteriores a los romanos, ya consumían vino, aunque no se sabe con exactitud si también lo producían.

La invasión árabe supuso un importante hándicap para la producción de vino, que no se recuperó hasta la Reconquista, de mano de los monasterios. Fue el clero, con la Orden del Císter, llegada desde la Borgoña, a la cabeza, quien replantó viñedos y dio un impulso fundamental a la viticultura, esparciendo sus conocimientos por toda la zona.

Nobles y burgueses pronto se interesarían también por el vino expandiendo su cultivo a un nivel muy superior al actual, ocupando tierras en prácticamente cualquier pueblo. Esta bonanza histórica, se daría entre los siglos XI y principios del XIX. A partir de entonces, plagas como el oídio o la filoxera supusieron una crisis de magnitudes gigantescas para el sector del vino. Otros cultivos como el trigo, más rentables, empezaron a ocupar las hasta entonces tierras de viñedos. 

A finales del siglo XIX, el vino predominante por estos lares era el clarete, elaborado con una mezcla de uvas tintas y blancas, si bien es cierto que un pequeño, aunque creciente, grupo de elaboradores empezó simultáneamente a apostar por elaboraciones de mayor calidad. Las cooperativas, creadas también en un momento próximo, sirvieron como guardianas de unas cepas gracias a las cuales hoy podemos gozar de vinos de viñas viejas en la DO Ribera del Duero.

El crecimiento de la Denominación de Origen desde su aprobación fue lento y progresivo, aunque fundamentado en el clon de tempranillo autóctono de la región, en un suelo diverso y en un clima de contrastes, el éxito parecía aguardar a la vuelta de la esquina. Empezaron a crearse pequeñas bodegas y la vid recuperó el terreno que el cereal le había usurpado. Llegaron inversiones foranas a mediados de la década de 1990, los equipamientos en bodega mejoraron y la DO despegó. Cuando se creó la Denominación de Origen, tan sólo la formaban 9 bodegas; en 1989, constaban 27 bodegas, mientras que, en 2002, la cifra era ya de 136; hoy, se rebasan las 300.

Los suelos

La DO Ribera del Duero se encuentra al este de Valladolid, en una zona marcada por la altitud (700-1.100 metros). Las laderas son la ubicación perfecta para los viñedos de mayor calidad, dada su buena iluminación. Cuando el suelo es pobre, alejado del río, y con buen drenaje, la uva es más concentrada, dado que las raíces deben explorar las profundidades en busca de agua y nutrientes. De hecho, ya los más antiguos del lugar sabían que los suelos pobres y calizos daban los mejores vinos.

En general, los suelos son poco fértiles, sueltos y con elevados porcentajes de caliza. Podemos dividirlos en tres grandes tipos:

  • arcilloso: de textura muy fina y color rojizo, tiende a compactarse reteniendo muy bien el agua. Da lugar a vinos de gran estructura en boca.
  • calizo: de color blanco por su alto contenido en sales calcáreas, es un suelo seco y árido cuyos vinos rezuman elegancia y complejidad.
  • pedregoso: apenas retiene el agua y aporta sensaciones maduras y un tacto meloso a los vinos.

El clima

La Ribera del Duero cuenta con un clima mediterráneo marcado por una fuerte continentalidad y con influencias atlánticas.

Llueve poco (450/500 litros/año) y la insolación es muy elevada; los veranos son muy secos, con noches frías y los inviernos son duros y prolongados.

Las inoportunas heladas primaverales, son uno de los principales peligros a los que las vides deben hacer frente, mermando de manera considerable la producción en los años más severos. A cambio, los fuertes contrastes térmicos entre el día y la noche aseguran un perfecto equilibrio entre madurez y frescor en las uvas, además de un perfume excepcionalmente complejo. 

Variedades de uva

La indiscutible uva estrella de la Ribera del Duero es la tempranillo, conocida localmente como tinto fino, tinta fina o tinta del país. Su nombre más extendido deriva de la prontitud con la que madura y sus bondades son conocidas por todos. Tiene cuerpo y color, perfume de frutos de bosque y una acidez media. En Ribera es especialmente pequeña y de piel gruesa, gracias a su pausada maduración en altitud y a la pobreza de los suelos. 

El resto de uvas tintas suelen participar en los cortes en porcentajes bajos. Cabernet sauvignon, merlot y malbec, todas de origen francés, aportan estructura, tacto y tonos especiados, además de un cierto carácter internacional y capacidad de envejecimiento. La garnacha, con su amabilidad y perfil goloso, redondea algunos vinos, aunque su participación es muy minoritaria.

Existe también una única uva blanca autorizada, la albillo. Con ella se elaboran blancos grasos que integran la madera con elegancia, aunque tradicionalmente, se ha empleado para añadir un extra de perfume y equilibrio a los vinos tintos.  

La DO permite unos rendimientos por hectárea de 7.000 kilos, aunque la media en los últimos años se sitúa en los 4.400, en un claro esfuerzo por aumentar la calidad y la personalidad de la uva.

La vendimia es, mayoritariamente, manual, buscando la máxima expresión de unas cepas que cuentan con más de 80 años en un 10% del viñedo.

Por todo ello, el precio medio de los vinos de Ribera del Duero es relativamente elevado, algo inevitable teniendo en cuenta las condiciones del terruño y cómo se trabaja tanto en bodega como en el viñedo. La biodinámica y la ecología, así como el vino natural, van ganando protagonismo de manera lenta pero progresiva, abriendo horizontes aún más amplios para la denominación.

Mapa Ribera del Duero

Subzonas

La Denominación de Origen Ribera del Duero, situada en la submeseta norte del Sistema Central, cuenta con 115 kilómetros a lo largo de la ribera del río Duero cuyas tierras trabajan cerca de 8.000 viticultores. Sus más de 24.000 hectáreas de viñedo se distribuyen en 4 provincias:

  • Burgos: el mayor porcentaje del viñedo de la Ribera se localiza en esta provincia. La Horra, Pedrosa de Duero o Aranda de Duero son algunos de los pueblos más representativos. El valle en Burgos es amplio y los abundantes afluyentes del Duero han hecho florecer suelos que en otras provincias permanecen escondidos. En las zonas más altas, se encuentran emplazamientos calizos que el agua no ha arrastrado.
  • Valladolid: ubicado en la zona más estrecha del valle del Duero, el viñedo de la provincia de Valladolid incluye la famosísima Milla de Oro, unos 40 kilómetros de tierra paralelos al río en los que se concentra un elevado número de bodegas de gran prestigio. Peñafiel, Pesquera de Duero o Valbuena de Duero se encuentran en Valladolid.
  • Soria: pese al reducido tamaño de su viñedo, pueblos como San Esteban de Gormaz o Atauta son referentes. Altitud y limos rojizos son señas de identidad.
  • Segovia: el porcentaje menor del viñedo de Ribera del Duero pertenece a la provincia segoviana. Montejo de la Vega de la Serrezuela y Aldehorno son dos pueblos representativos.

Tipos de vino

Blanco

Muy minoritarios, aunque de interés creciente, están elaborados con la variedad albillo. En su juventud son frescos y afrutados, con buena acidez; aquellos criados en barrica añaden complejidad, un tacto más cremoso y cierta aptitud para la guarda. 

Rosados

Muy relevantes en otros tiempos, en la actualidad han perdido protagonismo en favor de los tintos. Al igual que éstos, se obtienen mayoritariamente a partir de la variedad tinto fino, aunque tanto las otras variedades tintas autorizadas como la albillo pueden formar parte del corte. En general, son vinos afrutados y sabrosos, con cuerpo, aunque algunas bodegas están apostando recientemente por un estilo más ligero y con menos color que recuerda a los vinos provenzales.

Tintos

Elaborados con un mínimo del 75% de tinto fino y un máximo del 5% de albillo, se encuentran tanto en versión monovarietal, como completados con el resto de variedades tintas de la denominación. Muestran un intenso color cereza y una boca plena, revestida de redondos taninos y aromas de fruta negra madura y especias. De algún modo, consiguen combinar aromas tradicionales con un estilo de vino próximo al del Nuevo Mundo. El tempranillo de Ribera del Duero es uno de los más concentrados y tánicos de España y exhibe con orgullo su intenso color y su fuerza frutal, sin renunciar por ello a la profundidad mineral ni a la suavidad de textura. Los mejores tintos de la región necesitan tiempo en botella para mostrar toda su complejidad, harmonizando la dulce fruta negra con los tonos especiados del roble.

Pese a que son cada vez más las bodegas que optan por el marchamo de “cosecha”, sin especificar el tiempo de crianza del vino, son aún importantes los elaboradores que dividen sus vinos tintos en Crianza, Reserva y Gran Reserva, sin olvidarnos de la categoría “Roble”, otro gran éxito de la DO Ribera del Duero.

  • Joven: sin envejecimiento o con envejecimiento y/o fermentación en barrica por un tiempo inferior a tres meses. Frutas maduras (ciruelas y cerezas) perfuman un color entre el rojo violáceo y el púrpura. Son frescos y medianamente intensos, pensados para un consumo temprano.
  • Vinos Ribera del Duero Roble: con envejecimiento y/o fermentación en barrica por un tiempo entre 3 y 12 meses. Conservan buena parte de los tonos púrpura de los vinos sin crianza, sumando algo más de cuerpo y discretos recuerdos de vainilla, coco o lápiz a una fruta exuberante.
  • Vinos Ribera del Duero Crianza: mínimo de 12 meses en barrica de roble y 24 meses en total, entre barrica y botella. Frutas negras y rojas maduras, combinadas con los aromas torrefactos y especiados del roble. Vinos equilibrados, potentes y frescos a la par, con cuerpo y buena persistencia.
  • Vinos Ribera del Duero Reserva: 36 meses totales, mínimo de 12 en botella. Conviene distinguir entre el estilo clásico, con más tonos teja y el nuevo, más cubierto. Los frutos negros, marcadamente confitados en el estilo más actual, son la esencia de ambos vinos. Los tonos torrefactos y las especias juegan también un papel crucial en su perfume. Grosso modo, debemos entender el Reserva como un vino balsámico, potente y estructurado que puede envejecer durante años.
  • Vinos Ribera del Duero Gran Reserva: 70 meses, al menos 24 en barrica. De producción muy escasa, son una de las grandes joyas de la Denominación, vinos casi de meditación que llevan todas las virtudes de la crianza y los vinos de reserva al extremo. La fruta se esconde entre cueros, humos y cacaos. Requieren tiempo en botella y una delicada decantación para mostrarse en todo su esplendor. 

Maridaje

Los vinos de la DO Ribera del Duero admiten una enorme variedad de maridajes, máxime desde la incorporación del vino blanco a su reglamentación. A vista de pájaro, podemos recomendar vinos de mayor crianza para platos de cocciones más largas y aromas más intensos, reservando los vinos más jóvenes y afrutados para los platos más ligeros y sutiles. 
Los tradicionales cochinillo y lechazo son innegociables entre las carnes, aunque prácticamente cualquier carne roja asada o estofada funcionará de maravilla con los tintos de la región. La carne de res y el ciervo, especialmente si se acompañan de salsas con una base de vino tinto, son también un acierto seguro en compañía de tintos potentes. El cordero requiere algo más de madera, quizás un Reserva, aunque siempre dependerá de la elaboración y de los condimentos. El lechazo por su parte demanda vinos sutiles, de estilo clásico.

Los vinos jóvenes y afrutados, de estilo más internacional, son un verdadero comodín, admitiendo incluso platos con algo de picante, gracias al dulzor de su fruta y a su jugosidad. Las barbacoas suponen también una excelente oportunidad para estos vinos, incluso para los rosados, siempre que la intensidad de la carne no sea demasiado elevada. La combinación brasa y especias no tiene parangón y no debe limitarse simplemente a la carne, unas verduras a la brasa, unas setas o incluso un pescado graso pueden dar lugar a maridajes deliciosos.

Cuando el frío arrecia, es momento de platos de cuchara, de carnes y legumbres cocidas lentamente. Nada mejor para acompañar estas joyas de la gastronomía española que un buen vino de Reserva. Si, por el contrario, sus preferencias se centran en otro gran producto como los quesos, recuerden equilibrar la intensidad del lácteo con la del vino. A mayor intensidad aromática, mayor potencia en el vino. El abanico de quesos que funcionan bien con los vinos de Ribera es casi inagotable, aunque parece indiscutible que la leche de oveja es su mejor aliada. Un queso añejo y un vino Gran Reserva puede convertirse en un maridaje de los más sencillos, pero también en uno de los más divinos. 

Como guía general y según el tiempo de envejecimiento, estos podrían ser algunos de los maridajes más exitosos:

  • Roble y Crianza: hamburguesas con carne de calidad, tapas o costillas de cerdo. Jamón, quesos semicurados y embutidos no demasiado picantes. También cocina de otros países como lasagna o tacos.
  • Reserva: estofados de caza y setas, chuletas de cordero o roastbeef. Carnes ahumadas y rojas, especialmente las de contenido graso medio.
  • Gran Reserva: pierna de cordero asada, ciervo o conejo estofado y carnes rojas finamente especiadas.